viernes, 16 de enero de 2015

TU AUSENCIA
Noelia Barchuk ©

Tu Ausencia me acompaña
donde quiera que vaya,
se burla con malicia y ternura
de mi arrepentimiento tardío.
Tu Ausencia se refleja
en el espejo de la soledad,
devolviendo la imagen
de los ojos que no me ven.
Tu Ausencia nada en silencio
a la hora del crepúsculo,
siempre llega a la orilla
antes que asome la luna.
Tu Ausencia deja espacios
en grises y en blancos
que mi libertad duda
con quién colorearlos.
Tu Ausencia comienza a mirarme
con repentino asombro:
Su Presencia poco a poco


le va quitando el aire.
A SANGRE FRÍA
Noelia Barchuk ©

Aún frescas las huellas del ayer
enceguecen con sus luces artificiales.
Intento apagarlas una a una
pero crece mi vacío en la negrura.
Tu partida sin despedida
Acrentó el dolor
los adioses no pronunciados
dejan dudas envueltas en rencor.
Corro el riesgo de quedarme sola
por el resto de la eternidad
si no te olvido en un suspiro de tiempo
deteniendo tu recuerdo que me devora,
caigo una vez más en el abismo
absurdo y cotidiano
de la espera sin tu encuentro,
sufriendo por tu desamor infinito.
Debo derribar mi obtusa fidelidad
rebelarme contra mi misma
para fusilar a sangre fría
el último recodo de amor por vos.
FUERA DE PLANES
Noelia Barchuk ©

Sin saber cómo, cuándo o dónde, comenzó a extrañarla.
Raramente, entendió muy a pesar suyo, le hacía falta.
¡Casi no podía creerlo! Una sensación de nostalgia iba adentrándose en su ser, sin pedir permiso, como aquel maravilloso aroma de cacao, inundando la cocina de la abuela, preludio de agasajos o cumpleaños.
Esto, claro nada tenía de maravilla, era más bien, una pesadilla.
Pensar que había llegado a aborrecerla, por no decir a odiarla.
Le envidiaba la dicha de su suerte… Y ahora, que había alcanzado a arrebatarle esa misma suerte, los días monótona y lentamente iban desgranándose en desdicha.
Sacudió la cabeza para espantar los pensamientos nefastos. Pudo a medias.
Repicaban como incesantes campanas el puñadito de rabia que le echó en la cara al decirle “realmente me hacés un gran favor ¡pobre infeliz!”
En aquel momento las interpretó como cualquiera lo hubiera hecho, todo se resumía en la palabra despecho.
Ahora, ahora comprendía que todo funcionaba mejor con ella. Las frases de amor se habían hecho humo.
Las quiso recuperar al extender el mantel de plástico sobre la mesa. Lo miró sin reconocerlo. Absorto ante la tele no la oyó llamándolo a comer. Le sobraban por los cuatro lados el mal humor, la desidia, el desinterés y el celular, que nunca dejaba de sonar.
Deseó tanto embalarlo en encomienda y devolvérselo a su ex mujer.


O mejor, a su madre.
AMOR IMPAR
Noelia Barchuk ©

¡Qué ingrato! Pensó o dijo.
Por las dudas llevó las manos a la boca tapándosela. Poco faltaba para que aflojase el llanto que venía acumulando prolijamente desde que sus sospechas fueron tomando forma.
Ahí estaba, muy divertido con Marita tomándose unos mates. Marita, de ahora en adelante, llámese “la nueva”.
Ella no importa. Lo importante era él. Recordó cuántas veces a media tarde le tendía un amargo y él nunca aceptó. Con la excusa de la acidez gástrica tomaba un tecito.
¡Qué desgraciado! Volvía a pensar o a exclamar. Recordó cuánto había hecho por él. Desde sabotear los currículum vitae recibidos (para que el suyo apareciera como la mejor opción), pasando por interceder ante el jefe a su favor, hasta capacitarlo estricta pero amigablemente en lo concerniente a las funciones que desarrollaría dentro de la empresa.
Eso laboralmente hablando, ya que fuera de ese ámbito, también expuso su buena predisposición en ayudarlo. Al comienzo, no tenía ese buen estado físico de ahora, año y medio después.
Su figura de entonces se reducía a un flacucho estudiante que se presentaba de jeans, zapatos baratos y alternando en la semana, sus dos únicas camisas presentables, ambas de color celeste, ¡parecía colectivero!
Sonrió, se acordó que su madre entallaba sus camisas… y lo invitaban a almorzar de cuando en cuando para que saliese de la dieta escuálida de la pensión. Por algo en ese tiempo ninguna nueva se le arrimaba. No como ahora que estaba convirtiéndose en un perfecto dandy.
¡Ah! ¿Registrará su memoria que buena parte de todo eso me lo debe a mi? Se preguntaba, se contestaba simultáneamente. Tal vez lo sepa, aunque nunca dé las gracias y siga evadiéndome, apartándome de su mundo. Empezaba a rodar por su mente, como un film, escenas de la vida real: cuando le recomendó qué lugares frecuentar para cenar, qué vino solicitar, y sobre todo, algo que le estrujaba el alma, qué flores elegir según la destinataria de tremendo obsequio. Moría por estar en ese puesto.
En ese momento, pasó la nueva por su lado. Para rematar, le hizo la antipática observación que le hallaba unos kilitos de más. El silencio fue la digna respuesta, aunque por dentro estallara la guerra atómica de celos; le hubiera encantado contestar improperios de la naturaleza “qué opinás cara de caballo” o “mejor callate, trasero fofo”. Absolutamente fuera de lugar, pero más fuera de moda; en las oficinas los insultos son actualmente de otro calibre.
Volvió a dirigir sus verdes ojos al objeto de su deseo y desvelo.
Intentó intercambiar algunas frases sobre el tiempo, sobre cuándo cobrarían el sueldo, pavadas, no iba a preguntarle qué pensaba sobre el Protocolo de Kioto o por el derrumbe de los mercados bursátiles; pero fuera cualquier cosa que le dijese, sólo la nueva, la nueva y sus bonitas piernas, la nueva y su blusa de gracioso escote, la nueva esto, la nueva aquello, la nueva ¡ufa!
Todo era la nueva lo que su boca repetía. Boca que en cuántas oportunidades soñó que besaba la suya.
En ese momento no pudo tolerar más. Lo dejó hablando solo. Se dirigió a su escritorio. Tomó su saco y las llaves. Ni siquiera apagó la PC, faltaba una hora para la salida, pero qué importaba.

Le pesaba de sobremanera aceptar y afrontar que Alejandro nunca se fijaría en él.